Podemos distinguir 4 estilos diferentes de apego. El apego es el vínculo afectivo que se genera entre el bebé y sus cuidadores principales (que suelen ser la madre y el padre). Esencial para la supervivencia y el desarrollo del bebé, pues es un ser de naturaleza totalmente dependiente. A través de este vínculo la(s) figura(s) de apego atiende(n) las necesidades físicas (sueño, alimentación, temperatura corporal…) y emocionales (seguridad, protección, exploración, afecto…) del bebé.
Las experiencias tempranas de nuestros vínculos de apego en la infancia van construyendo nuestras creencias básicas sobre el mundo, nosotros/as mismos/as y los demás. Poco a poco, en ese vínculo íntimo vamos aprendiendo, muchas veces de manera inconsciente, cómo funcionan las relaciones: “¿Puedo confiar en los demás?” “¿Soy merecedor/a de amor?” “No puedo estar solo/a, me da mucho miedo”, “No necesito a nadie, yo solo/a me valgo”, por poner algunos ejemplos.
Los estilos de apego (1 apego seguro y 3 apegos inseguros)
Una de las teorías sobre el apego más conocidas en Psicología es la teoría del apego, de John Bowlby. Esta defiende que la calidad del vínculo con nuestros cuidadores sienta las bases de las relaciones que tengamos de adultos/as con otras personas (amistades, pareja, hijos/as…) y de cómo regulamos nuestras emociones.
Existen cuatro estilos de apego: uno es el apego seguro y los otros tres se encuentran dentro de un apego inseguro. A continuación, vamos a hacer una breve introducción de estos estilos, y lo vamos a hacer con ejemplos para que sea más claro. En otras entradas, describiremos detenidamente cada uno de ello.
Los 4 estilos de apego en una misma situación
Vamos a desarrollar 4 formas diferentes de reaccionar en una misma situación. Una niña pequeña (nuestra hija) llega a casa, con lo que es un gran problema para ella. Nuestra forma de actuar desarrollará un estilo de apego diferente en cada caso…..
Apego seguro
Una niña pequeña llega a casa del colegio triste porque ha perdido su juguete y, cuando su madre la ve, en seguida se da cuenta. Y le pregunta qué ha pasado. Por eso, esta niña se permite llorar y contárselo. La madre trata de calmarla: le sienta en sus rodillas, le explica con cariño que está triste porque ha perdido un juguete que le gustaba mucho. Le da mimos y le abraza y, a su vez, le ayuda a pensar entre las dos lo que puede hacer para encontrar el juguete o, al menos, consolarse. De esta forma, la niña se tranquilizará y, en un rato, podrá volver a jugar o a hacer otra cosa, pues se siente confiada y sabe que, si le pasa algo, podrá acudir a su madre.
¿Cómo será esta niña cuando sea adulta si este tipo de interacciones se han dado con frecuencia en su infancia? Probablemente, será una adulta consciente de sus emociones, que presta atención a su malestar y es capaz de regularlo, pues ni lo minimiza ni le desborda; además, se permite expresarlo con otras personas de confianza, lo que le facilita recibir apoyo de otros.
Apego evitativo
En el caso de antes, cuando la niña llega a casa del colegio triste porque ha perdido su juguete. Su madre no se da cuenta, pues está a lo suyo con el trabajo. La niña no puede evitar llorar y, en seguida, su madre le dice que no llore y que no se preocupe, que llorar es de niñas muy pequeñas y ella ya es mayor, sin preguntarle qué es lo que ha pasado. Después, su hija se reprime el llanto y se va a su habitación. En otras ocasiones, no acudirá a su madre e intentará reprimir sus lágrimas, pues “ya es mayor y las niñas mayores no lloran”.
¿Cómo será esta niña cuando sea adulta si este tipo de interacciones se han dado con frecuencia en su infancia? Es muy probable que sea una adulta que minimice, niegue o reprima sus necesidades emocionales; por lo que, cuando le pase algo que le haga sentir mal, puede que le cueste reconocerlo y, en todo caso, inhibirá su malestar y no pedirá ayuda. Pues ella tiene el convencimiento de que es autosuficiente en todo y que pedir ayuda es de débiles. Con el tiempo, como consecuencia de su represión, puede que estas emociones se expresen con dolores musculares o de cabeza, ataques de ansiedad o de ira, etc.; pero ella no será capaz de asociarlo a su malestar emocional.
Apego ansioso-ambivalente
Esta vez la niña llega a casa triste y llorando por la pérdida de su juguete. Su madre sí se da cuenta, pero se preocupa en exceso al ver a su hija llorar, no aguanta verla así y le pregunta qué es lo que le ha pasado muchas veces, sin escucharla realmente. Además, le dice que para la próxima no lleve ningún juguete a clase, que para darle disgustos es mejor no llevarlo.
La niña, en vez de calmarse, se pone más nerviosa, pues ve a su madre preocupada y siente culpa por ello; al mismo tiempo, no le gusta la idea de dejar de llevar sus juguetes al cole, porque le encanta compartirlos con sus compañeros/as. En otras ocasiones que le pase algo en el colegio, la niña lo vivirá de una forma muy angustiante: dependiendo de su intensidad emocional, a veces disimulará con su madre para no preocuparle y otras veces explotará desconsolada con ella, lo que hará que su madre se preocupe más. Asimismo, puede que ya no se sienta segura para llevar nuevos juguetes al cole, por si los pierde.
¿Cómo será esta niña cuando sea adulta si este tipo de interacciones se han dado con frecuencia en su infancia? Es posible que sea una adulta que tienda a preocuparse en exceso y con catastrofismo cuando le ocurran situaciones desagradables. Por un lado, necesitará acudir a alguien para calmarse porque ella misma no sabe, pero, por otro lado, le costará pedir ayuda por la creencia de ser una molestia o preocupación para los demás. Por tanto, tenderá a anteponer las necesidades de otras personas a las suyas.
Apego desorganizado
En este último caso, la madre, al ver a la niña llorando, puede que se ponga a gritarle agresivamente y a amenazarle con que “si no deja de llorar, encontrará un buen motivo para hacerlo”. Quizás también le humille diciéndole que “es ridícula cuando se pone así”, se ría de ella o le pegue para que deje de llorar. La niña se sentirá confusa y con mucho miedo, pues la persona a la que acude por ser su fuente de protección es, a la vez, una fuente de peligro.
¿Cómo será esta niña cuando sea adulta si este tipo de interacciones se han dado con frecuencia en su infancia? De adulta probablemente sea una persona que se relacione con otras personas de manera muy caótica y desconfiada: alternando conductas de sumisión con comportamientos más hostiles, de dependencia extrema o huida. Es muy posible que no sepa cuidarse ni cuidar a otros (pues nunca le han enseñado), por lo que, cuando sienta malestar, tenderá a regularse a través de comportamiento destructivos (consumo de sustancias, relaciones tóxicas, etc.).
Estos son ejemplos y no podemos “autodiagnosticarnos” a partir de ellos, el asunto es más complejo. Pero sí podemos hacernos una idea general de los estilos de apego que tuvimos con nuestras figuras cuidadoras. Ahora de adultos/as, con nuestras parejas, amistades, etc. Uno de los trabajos que se realizan en la terapia psicológica es identificar nuestro estilo de apego dominante, para conocernos mejor y saber por qué nos relacionamos de la forma en que lo hacemos. Además, con la terapia iremos construyendo una base de apego seguro con nosotros/as mismos/as. Esto que nos permita cambiar la forma de relacionarnos, en caso de que estemos a disgusto o nos haya generado conflictos en nuestra historia.
Artículo sobre los estilos de apego redactado por Elena Díaz Zubiar psicóloga general sanitaria
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