Es habitual que etiquetemos las emociones que experimentamos en nuestro día a día como positivas o negativas. Pero… ¿es cierto que algunas emociones son buenas y otras malas?. Las emociones son respuestas subjetivas que vienen acompañadas de sensaciones físicas y de pensamientos y creencias, que van a influir en la manera en que percibimos y valoramos una determinada situación. Surgen de manera espontánea con el fin de poner en marcha recursos para adaptarnos al entorno. Es decir, funcionan como sensores que nos transmiten información sobre lo que ocurre, cómo nos afecta y lo que necesitamos. Además, nos movilizan para dar una respuesta que se ajuste a la(s) circunstancia(s) de cada momento.
Para que podamos gestionar nuestras emociones de manera saludable, es importante que atendamos a lo que nos quieren decir y comprendamos su valor adaptativo.
Tipos de emociones.
Veamos las emociones primarias, que todos y todas sentimos:
El miedo nos protege. Activa nuestro cuerpo para que huyamos de una amenaza (antes incluso de que podamos pensar detenidamente sobre ella). Nos lleva a actuar con precaución para evitar posibles daños.
La tristeza, aunque a veces sea muy dolorosa, nos ayuda a asimilar una pérdida. A valorar lo que es importante para nosotros/as y cambiar de perspectiva. También es una forma de pedir y recibir apoyo de otras personas, por lo que fomenta la cohesión.
La alegría aparece cuando vivimos situaciones agradables, de bienestar y/o exitosas. Esta emoción nos da motivación para hacer aquello que nos resulta estimulante y nos da placer. Nos impulsa a compartirlo con los demás.
La ira sirve para defendernos, ya que nos permite movilizar nuestra energía para cambiar una situación que consideramos injusta o amenazante. Además, la ira nos ayuda a poner límites en aquellas relaciones en las que percibimos que no nos tratan bien.
El asco tiene la función de rechazar estímulos percibidos como desagradables y perjudiciales para nuestra salud (una comida en mal estado, algún insecto…). Por tanto, favorece el cuidado de nuestra salud, previniendo posibles enfermedades, intoxicaciones o envenenamiento.
No son ni buenas ni malas.
En conclusión, las emociones no son ni buenas ni malas, en lugar de eso, podemos considerar que hay emociones que nos son más o menos agradables de sentir. A veces, el hecho de etiquetarlas como “negativas” o “malas” implica que las rechacemos e intentemos hacer todo lo posible para no sentirlas. El riesgo es que pondemos estar perdiéndonos la importante información que nos pueden estar transmitiendo. Si nos permitimos sentirlas, desde la comprensión y no desde el rechazo, podremos atenderlas y nos ayudarán a conocernos y crecer. Todas ellas tienen cabida, son válidas y necesarias para vivir.
Por otra parte, muchas veces aprender a regular adaptativamente nuestras emociones no es un camino fácil, por ello, el acompañamiento en terapia de una persona especializada puede ser una gran ayuda.
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Artículo redactado por la psicóloga Elena Díaz.